Si existe un motivo por el que merezca la pena herir el paisaje, un motivo que justifique la desproporción megalómana de las vías de comunicación, es porque hagan posible este tipo de encuentros humanos que nunca pudieron realizarse hasta hoy. Es para que Manuel de Mágina pueda desplazarse en su modesto automóvil y pasear por la mañana con Mercedes Martín por una playa en Benalmádena y por la tarde, trescientos kilómetros más tarde, recorrer el balcón que mira a la sierra que le da nombre. Es para que personas que se admiran en la distancia, puedan "tocarse" durante dos horas y media de conversación; y hablen, sobre todo, nada más que para compensar, de lo que no mueve el dinero. Lo habéis adivinado: es un lujo. Un lujo occidental. Uno de los auténticos. El lujo de hablar con ella de la vida, de literatura, que me cuente cosas de sus cuentos, que yo le cuente de los míos y que hablemos de lo que hablamos con nuestros personajes. Sí, digo bien, de lo que hablamos con nuestros personajes. Que Mercedes Martín me cuente, por ejemplo, cómo discute con Baldovino, mientras en un eslalom perfectamente sincronizado esquivamos las obras municipales.
Agradecido a ella, dejo los adjetivos. Pongo sus fotos.
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